sábado, 28 de octubre de 2017

“El hombre es el lobo del hombre”
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Bajo la concepción de esta frase, pudiéramos puntualizar muchos pensamientos e ideas. El hombre es un lobo porque corroe y destruye, porque instiga y violenta sin ninguna explicación más que por su propio egoísmo, saciar su sed. Esa es la naturaleza de un lobo, la esencia de un hombre. Somos originariamente juez y parte de nuestro destino, nos condenamos cada vez que cometemos atrocidades en contra de nosotros mismos.
Hace miles de años un hombre llegó a escena y quiso compartir su mensaje de amor y paz con todos, como no entendíamos su proceder, por poder, por ego, por temor, o cualquiera que hubiese sido la razón lo violentamos para justificar nuestras dudas.
Un lobo es por naturaleza feroz, como nos lo enseñaron a través de la literatura, pero esa condición de ferocidad la hemos hecho nuestra cada vez que decidimos olvidar que los demás no son las víctimas del cuento y concluimos enfrentarnos una y otra vez a través de la guerra, los crímenes de odio, la esclavitud, cada vez que destruimos terminamos  con nosotros mismos.
Dicho todo esto, debemos mencionar el hecho de que a través de La Revolución Francesa pudimos alcanzar muchos logros, los que marcaron un hito entre toda la ferocidad del hombre ignorante y la del hombre consciente de su condición y alcance.
Antes de conocer sus derechos, el hombre violentó e infringió cada uno de los derechos de sus coetáneos de todas las maneras posibles que podamos imaginarnos, violentó la libertad a través de la esclavitud; la fraternidad a través de todos los crímenes de odio, la guerra y el terrorismo; la igualdad, cuando olvida que cada uno de nosotros estamos hechos para vivir en sociedad, bajo reglas y preceptos debidamente establecidos.
Cuando recordamos el paraje acaecido durante la Revolución Francesa relacionado con un alimento básico para ellos, pensamos que tal vez no era tan importante como para haber creado tanto conflicto, pero realmente no se trataba de la importancia, se trataba de anteponer las necesidades de uno sobre el otro, el poder y la maldad del hombre siempre están en la puerta esperando el momento de salir y causar estragos.
La harina, en la Revolución Francesa, el petróleo en África, el poder en Venezuela, el dinero alrededor del mundo, son y seguirán siendo la excusa de ahora.
Durante la época de la revolución, esos diez largos años  que marcaron la lucha para lograr lo que hoy es llamado democracia, se cometieron muchos crímenes para poder lograr la consigna que sería unos de los hechos más trascendentales de la historia del hombre, aún así, unos siglos más tarde, en conocimiento de sus derechos el hombre continuó cometiendo transgresiones en el nombre del odio,  con las guerras mundiales donde murieron millones de personas, el holocausto y muchos otros hechos que nunca podrán ser olvidados ni entendidos desde la perspectiva  que sea.
Políticamente la vida del hombre ha estado acompañada de situaciones que definen su naturaleza, desde el nacimiento de la postura y anterior a ella, Nicolás Maquiavelo propuso  su creencia de que el ser humano puede lograr su cometido sin importar  el medio que utilice; bajo la consigna de:  “El fin justifica los medios”, muchos abrazaron el mal.
El dolor, la tristeza, la desolación, el hambre, son algunos de los flagelos que siguen contrariando al ser humano, desde que el hombre está en la tierra ha tenido que convivir con ellos, sin embargo, desde siempre también ha sido el causante de ellos.
Cómo olvidar cada una de las incontables perversidades ocurridas a través del tiempo, cómo confinar  el hecho de que hemos causado tanto mal, simplemente no podemos, porque nos lo hemos causado a nosotros mismos. 
Cómo escapar a esta realidad si somos lo que somos por naturaleza, lo único que nos  puede separar de este escenario es el uso del razonamiento, siempre y cuando no lo utilicemos para entender cómo seguir siendo lobos.
Ser lobo no se elige, se lleva dentro, se oculta cuando es propicio y sale a relucir cuando no controlamos nuestros propios deseos.
No es dejavú ni reencarnación, todos somos hermanos, porque por creencia religiosa así lo hemos estipulado. Los recuerdos que tenemos y vuelven intermitentemente a nosotros son parte de esa hermandad. Por eso creemos que hemos vivido en otras vidas, o que ya hemos coexistido en alguna situación, tal vez lo vivió un hermano.
Somos peligrosos porque destruimos el lugar en donde luego nos tocará vivir, porque matamos al que nos puede tender una mano, porque sabemos cómo detenernos y preferimos seguir alimentando el odio, porque no discriminamos ni niños ni ancianos al hacer daño, porque usamos y seguimos creando armas para destruir a nuestro prójimo,   porque escribimos día a día una historia que nos convierte en lobos, en animales feroces que atacan para lograr un objetivo.
Podemos decidir si somos lobos, esa puede ser la gran pregunta, podemos escoger entre ser racionales o no. Solo el tiempo puede contestar esa pregunta cuando empecemos a escribir una nueva historia en donde el odio, la muerte, la ferocidad y el destruir  no sea parte de nuestra humanidad.